Que vida miserable debe tener quien niega la realidad nublado por la soberbia. Más cuando la soberbia que “nunca” tiene fundamento surge gratuita solo como un insulto insano de alguna mente enferma que utiliza el anonimato cobardemente para exaltar toda su frustración. Quizás sea el grito desesperado de alguien que falto de espíritu busca ayuda para superar su abyecta realidad. Quizás sea solamente un tonto pusilánime buscando su momento de notoriedad. Poco importa quien es.
Creo que en su necesidad de notoriedad me dio pie para poder expresar algo que creo está todavía en el debe.
El reconocimiento es una manera generosa de expresar agradecimiento a quien le ha aportado algo en nuestro crecimiento profesional o personal. Mucha gente a lo largo de la vida de todos nosotros nos van sumando conocimientos y vivencias que pasan a ser parte de nosotros mismos. Nosotros en nuestro libre albedrío elegimos para nuestro beneficio tomar o desechar los aportes. Muchas veces debemos pagar por esos aportes, por el conocimiento que nos haga diferente a los demás en nuestra búsqueda del éxito y lo vemos como algo lógico, normal, correcto.
Pero al igual que un perro que ataca no por malo sino por miedo a algo que no entiende, ladramos y mordemos cuando alguien con su generosidad nos desasna gratuitamente de una manera abierta y buscando no las diferencias sino las cosas en común, la unidad, el mismo camino.
No reconocerlo nos pone al mismo nivel del perro y quizás sin querer yo esté insultando al perro que no podemos culpar por actuar igual que él.
Yo, reconozco y creo que el camino esta empezado, pero tengo la sensación que no es suficiente, que falta algo. Y no son los ladridos los que me molestan porque al final al perro le das un rezongo y se viene arrastrando moviendo la cola con cara de “yo no fui” porque todos tenemos derecho a equivocarnos.
Es el dueño del perro el que mas que preocuparme, me molesta por no hacer nada.
Carlos Piñeyrúa
P.D.: Firmar es una forma de comprometernos si realmente creemos lo que expresamos.